Últimamente le he dado muchas vueltas a qué hace que un libro (o una película o una obra de teatro o una serie, aunque yo soy poco de series, lo confieso) me guste. También he pensado en los matices que pueden dársele al verbo "gustar". Me ha gustado un poco. Me ha gustado mucho. O tal vez muchísimo. Me ha gustado tanto que pasa a formar parte de mi top 100, top 50, top 10, top 5. Quizás se trate de un me ha gustado, pero... Pero podría haberme gustado más. Pero no me ha emocionado. Pero la forma no ha terminado de convencerme. Pero se me ha hecho pesado. O largo. O corto.
Ahora, además, yo me encuentro la otro lado de la cancha. Ahora he escrito un libro sé lo que cuesta parir una obra. Lo vivo pues también desde este lugar: no podemos gustarle a todo el mundo, pero nos encantaría, ¿verdad? ¿Por qué no ve todo el mundo (es decir, el universo entero) todo el trabajo que hay detrás y lo valora? ¿Por qué lo que yo he escrito no llega, emociona y entusiasma a todos? Aunque no lo confesemos en público eso es lo que nos gustaría de verdad.
Creo que, en mi caso, existen varios factores por los que una obra me gusta: que esté bien escrita, que no se haga pesada, que tenga ritmo, que no trate a los que la leemos, seamos adultos o niños, como si fuéramos imbéciles. Necesito también que haya una historia. Siempre me ha costado el ensayo, la no ficción en general y las reflexiones. A mí lo que me gusta es que me cuenten cuentos. Que me pongan frente a unos personajes a los que les ocurran cosas.
Hay todavía algo más, sin embargo: me gustan los libros que, por una u otra razón, me remueven por dentro. Los que hurgan en la llaga. Los que sea haciéndome reír o haciéndome llorar y a poder ser provcándome ambas reacciones, me ponen los cimientos del alma patas arriba.
Entiendo que es precisamente esa sacudida interna que algunas historias logran provocar, lo que hace que un libro guste a unas personas y a otras no. Porque todos tenemos nuestros "temas", nuestros puntos flacos. Algunas de esas debilidades pueden incluso modificarse con el paso del tiempo: reconozco (sí, sí, lo reconozco) que a los veinte años me reí muchísimo leyendo El diario de Bridget Jones. También que hoy en día no puedo evitar echarme a llorar con una escena concreta de la película de Disney sobre Rapunzel (peli que aún no entiendo porqué se titula Enredados). Se trata de la escena de la barca y los farolillos, cuando ella y Eugène están en el lago y sus padres salen al balcón del castillo a iniciar la ceremonia en memoria de su hija desaparecidaaaaaaaa. Ahí, ahí es cuando lloro como una magdalena porque ienso qué fuerte debe de ser que te roben una hija bebé y perderte todos y cada uno de sus días de infancia.
Pongo estos dos ejemplos precisamente por que se trata de ejemplos a priori superficiales, o sea que no se trata de grandes obras de la literatura ni de nada. Pero a mí, me remueven por dentro. De la misma manera que estas otras obras me han tocado también la fibra en otros momentos de la vida: A sangre fría de Truman Capote, la poesía de Benedetti, la biografía novelada de Camille Claudel escrita por Anne Delbée, San Manuel Bueno mártir de Unamuno, La casa de Mango Street de Sandra Cisneros, Alma de Wajdi Mouawad, los cuentos de Cortázar, Espejo roto de Mercè Rodoreda, Mientras escribo de Stephen King, Donde viven los monstruos de Maurice Sendak y muchos más.
Hacía ya tiempo que quería arrancar este blog, pero cualquier cosa me hacía retrasar el momento. Desde el día en que me planteé tener una web quise incluir un blog en el que alternaría artículos sobre el hecho de escribir, o sea sobre mi experiencia en primera persona como autora novata, y reseñas de libros. Pero no tenía claro por dónde empezar, pensaba que tal vez era mejor esperar a poder comprometerme a una cierta regularidad de publicación... Bla bla bla. Excusas, ¿verdad? Quiero decir al fin y al cabo la cosa es ponerse manos a la obra y que para escribir una reseña, en realidad, es suficiente con tener delante una lectura que nos guste, que nos guste mucho y que nos haga dejar de lado la pereza y ponernos a escribir y a hablar sobre ella y a recomendarla.
Es por todo esto por lo que hoy he decidido que hoy sería el día. Era una ocasión tan buena como cualquier otra para estrenarme con las reseñas. También me ha parecido que hacerlo con Montserrat Roig era, sin duda, un gran comienzo.
La obra de la que quiero hablar es la que estoy leyendo estos días. De hecho, ni siquiera la he terminado. Pero me está llegando muy hondo, tanto como me llegó la que quizás se la obra más conocida de la autora: Tiempo de cerezas.
Ramona, adiós fue su primera novela. En ella aparecen ya algunos de los personajes del universo cercano, cotidiano y plagado de mujeres de las novelas de roig. Y menudos personajes son. Y menuda Barcelona. Me gustan los detalles que la autora muestra. Me gusta ver a través de sus ojos y de su prosa aquella Barcelona que también es nuestra. O que yo, al menos, me siento mía. Pero sobre todo me encanta cómo retrata el universo femenino y su evolución a través de las varias generaciones que se suceden. Los detalles de la vida pequeña, discreta e íntima, que ella sabe ver, traer al primer plano y transmitir.
Ramona, adiós es la historia de tres mujeres (abuela, madre e hija) que vivien en épocas tan intensas como las de la primera república, la guerra civid y el final del franquismo. Todos los episodios de la novela me interpelan de un modo o de otro. Me interpela el siglo XX con todo lo que en él se vivió, con sus cambios, con las contradicciones ideológicas. Me interpela cómo vivieron aquellos tiempos las mujeres, condicionadas como estaban por la tradición, la educación, la família, la religión y los hombres. Me interpela también como Roig muestra todo esto. Y me interpela también pensar que soy de alguna manera descendiente de aquellas mujeres. De todas aquellas mujeres y también de la autora que nos las lega.
Montserrat Roig me interpela. No puedo evitarlo. Me gusta muchísimo y, además, me remueve por dentro.
Título: Ramona, adiós
Autora: Montserrat Roig
Año de publicación en catalán: 1972
Año de publicación en castellano: 1980
Editorial: Plaza y Janés